Creo que en la sociedad actual nos falta filosofía. Filosofía como espacio, lugar, método de reflexión, que puede no tener un objetivo concreto, como la ciencia, que avanza para satisfacer objetivos. Nos falta reflexión, pensar, necesitamos el trabajo de pensar, y me parece que, sin ideas, no vamos a ninguna parte.
Una caravana de nieblas corporeas pero traslúcidas, bajo un sol de justicia, recorre las pedregosas sendas hasta llegar a cierta casa. Hay filas de coches, furgonetas de los medios, encorbatados sudorosos, una casa blanca en la plaza, con las puertas abiertas de par en par, custodiadas por un afanoso guardián, contratado para dejar paso a las autoridades que le pagan para impedir el paso de los que no son ellos. Todos ellos se han presentado ante él para acceder al velatorio.
Venimos a llevárnoslo, se ha adelantado una mujer adulta, de pelo rizado y ojos negros, cuya voz suena neutra y a la vez parece un eco de todos los idiomas en que se ha manifestado, quienes, han respondido el guardián, nosotros, y quienes son "nosotros", sus amigos, como se llaman ustedes, yo soy la mujer del médico, eso no es un nombre, mi nombre es ese, un nombre debe nombrar y diferenciar a unas mujeres de otras, le aseguro que mi nombre es más diferente e individualizador que cualquiera de los nombres que tiene en esa lista, y más querido para él. Ante el rostro sorprendido del custodio, se acerca un hombre pequeño y algo inclinado hacia adelante, me llamo Don José, como él, quizá pueda identificarme mejor, si es lo que desea, sólo cumplo órdenes, lo siento, Que órdenes, la lista que tengo aquí , con las autoridades que pueden accedr hoy, y sus lectores, tendrán unas horas para pasar por delante de él e inclinar la cabeza, que clase de órdenes son esas que diferencian hasta en la hora de la muerte, las órdenes del que paga, con que dinero, con el de la gente que no puede pasar. Don José siente la indignación quemándole la cabeza junto con el sol abrasador, pero luego ve la figura del guardia y se apiada de él, y de sí mismo, y de todos.
Vienen con él, en una armonía curiosa y sorprendente, gentes que nunca ha visto pero que siente cercanas, un elefante débil (según los criterios aplicados comúnmente a los elefantes), dos inseparables polemistas, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, que suelen discutir con vehemencia acerca de la posibilidad de que exista en algún lugar otra persona igual que nosotros y que a la vez complete todo lo que sentimos que nos falta, un alfarero sabio, un señor que se llama Baltasar Sietesoles, Joana Carda, una mujer que sostiene un varal sobre el que se apoya y con el que a veces realiza extraños dibujos en el suelo. Una marcha de personajes, personas o sombres que desde donde nadia sabe han llegado a la casa desde la que salieron, para ir a vivir a donde nunca recuerdan.
Salvo los dos que se han adelantado, nunca se hablan, parece que se miran con desconfianza pero a veces se sonríen o hablan brevemente. El de la mirada ardiente y maliciosa es alto y fuerte, su voz es suave pero firme. Dice llamarse Pastor. Su acompañante no tiene rostro, y a veces desaparece. Ambos se han acercado ahora al guardia, y en conversación amistosa, parece que convencen al guardia. Vuelven al grupo, la mujer del médico habla con ellos, cómo lo habeís conseguido, El Pastor sonríe, sólo le pregunté si conocía al señor José, cuando me dijo que sí, le aseguré que no seríamos un problema para nadie, porque en la sala no seríamos vistos, llevamos un rato aquí y han parado algunos coches negros grandes, los que llevan a las personalidades, y no nos han visto, así que ha sido fácil para él dejar de ponerse a discutir con reflejos de su imaginación, entonces ¿somos eso?, se adelanta don José a preguntar, somos tan reales como él, pero vivimos en sitios distintos, yo me he olvidado de dónde vivo, se oye resignado don José, vives en un espacio donde no siempre están ellos, pero ellos viven en un espacio donde no siempre pueden estar con nosotros, hasta que su tiempo acaba y vuelven con nosotros, puede ser, añade Cipriano, a veces me siento cansado y confuso, como si la realidad en la que me veo ocultara otras, todos sienten esa extrañeza y por eso buscan y siguen buscando lo que les complete e integre, y quizá para eso estamos nosotros, sí, ¿pero a nosotros, quién nos completará?, y entonces, una sombra ha inundado la habitación soleada y las conversaciones han cesado y, todo eso no importa, lo único que importa es que el Señor José ya no puede ver porque una blancura lechosa se ha instalado en su mirada, y quienes estaban con él no pueden ya ayudarlo, así que nosotros, que aún podemos ver, tenemos la obligación de ser sus ojos.
Pronunciadas estas palabras, el rival de El Pastor ha desaparecido y el eco de algo irreal se ha apoderado de todos unos instantes, antes de que el propio Pastor haya dicho que tienen que velar al Señor José, y luego lo llevarán consigo.
Escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender. ¿Comprender qué? No para comprender en la línea que yo estoy tratando de hacerlo; él tiene sus propios motivos y razones para comprender algo, pero ese algo lo determina él.
Una caravana de nieblas corporeas pero traslúcidas, bajo un sol de justicia, recorre las pedregosas sendas hasta llegar a cierta casa. Hay filas de coches, furgonetas de los medios, encorbatados sudorosos, una casa blanca en la plaza, con las puertas abiertas de par en par, custodiadas por un afanoso guardián, contratado para dejar paso a las autoridades que le pagan para impedir el paso de los que no son ellos. Todos ellos se han presentado ante él para acceder al velatorio.
Venimos a llevárnoslo, se ha adelantado una mujer adulta, de pelo rizado y ojos negros, cuya voz suena neutra y a la vez parece un eco de todos los idiomas en que se ha manifestado, quienes, han respondido el guardián, nosotros, y quienes son "nosotros", sus amigos, como se llaman ustedes, yo soy la mujer del médico, eso no es un nombre, mi nombre es ese, un nombre debe nombrar y diferenciar a unas mujeres de otras, le aseguro que mi nombre es más diferente e individualizador que cualquiera de los nombres que tiene en esa lista, y más querido para él. Ante el rostro sorprendido del custodio, se acerca un hombre pequeño y algo inclinado hacia adelante, me llamo Don José, como él, quizá pueda identificarme mejor, si es lo que desea, sólo cumplo órdenes, lo siento, Que órdenes, la lista que tengo aquí , con las autoridades que pueden accedr hoy, y sus lectores, tendrán unas horas para pasar por delante de él e inclinar la cabeza, que clase de órdenes son esas que diferencian hasta en la hora de la muerte, las órdenes del que paga, con que dinero, con el de la gente que no puede pasar. Don José siente la indignación quemándole la cabeza junto con el sol abrasador, pero luego ve la figura del guardia y se apiada de él, y de sí mismo, y de todos.
Vienen con él, en una armonía curiosa y sorprendente, gentes que nunca ha visto pero que siente cercanas, un elefante débil (según los criterios aplicados comúnmente a los elefantes), dos inseparables polemistas, Ricardo Reis y Álvaro de Campos, que suelen discutir con vehemencia acerca de la posibilidad de que exista en algún lugar otra persona igual que nosotros y que a la vez complete todo lo que sentimos que nos falta, un alfarero sabio, un señor que se llama Baltasar Sietesoles, Joana Carda, una mujer que sostiene un varal sobre el que se apoya y con el que a veces realiza extraños dibujos en el suelo. Una marcha de personajes, personas o sombres que desde donde nadia sabe han llegado a la casa desde la que salieron, para ir a vivir a donde nunca recuerdan.
Salvo los dos que se han adelantado, nunca se hablan, parece que se miran con desconfianza pero a veces se sonríen o hablan brevemente. El de la mirada ardiente y maliciosa es alto y fuerte, su voz es suave pero firme. Dice llamarse Pastor. Su acompañante no tiene rostro, y a veces desaparece. Ambos se han acercado ahora al guardia, y en conversación amistosa, parece que convencen al guardia. Vuelven al grupo, la mujer del médico habla con ellos, cómo lo habeís conseguido, El Pastor sonríe, sólo le pregunté si conocía al señor José, cuando me dijo que sí, le aseguré que no seríamos un problema para nadie, porque en la sala no seríamos vistos, llevamos un rato aquí y han parado algunos coches negros grandes, los que llevan a las personalidades, y no nos han visto, así que ha sido fácil para él dejar de ponerse a discutir con reflejos de su imaginación, entonces ¿somos eso?, se adelanta don José a preguntar, somos tan reales como él, pero vivimos en sitios distintos, yo me he olvidado de dónde vivo, se oye resignado don José, vives en un espacio donde no siempre están ellos, pero ellos viven en un espacio donde no siempre pueden estar con nosotros, hasta que su tiempo acaba y vuelven con nosotros, puede ser, añade Cipriano, a veces me siento cansado y confuso, como si la realidad en la que me veo ocultara otras, todos sienten esa extrañeza y por eso buscan y siguen buscando lo que les complete e integre, y quizá para eso estamos nosotros, sí, ¿pero a nosotros, quién nos completará?, y entonces, una sombra ha inundado la habitación soleada y las conversaciones han cesado y, todo eso no importa, lo único que importa es que el Señor José ya no puede ver porque una blancura lechosa se ha instalado en su mirada, y quienes estaban con él no pueden ya ayudarlo, así que nosotros, que aún podemos ver, tenemos la obligación de ser sus ojos.
Pronunciadas estas palabras, el rival de El Pastor ha desaparecido y el eco de algo irreal se ha apoderado de todos unos instantes, antes de que el propio Pastor haya dicho que tienen que velar al Señor José, y luego lo llevarán consigo.
Escribo para comprender, y desearía que el lector hiciera lo mismo, es decir, que leyera para comprender. ¿Comprender qué? No para comprender en la línea que yo estoy tratando de hacerlo; él tiene sus propios motivos y razones para comprender algo, pero ese algo lo determina él.
DEP
A mi no me ha llegado a gustar nunca, me resulta pesadito, pero bueno, no soy quien para negar a los que tanto lo alagan. Pero en esto, como en todo, solemos sobrevalorar a algunos y minusvalorar a muchos.
ResponderEliminarSaludos.