9 de abril de 2011

Parábola del Barco

La poesía
no hace que ocurra nada: sobrevive

W.H Auden

La luz es más tenue ahora. Aunque el sol nunca desaparece por completo del horizonte, solo una luz blanca, como si la niebla la propagara, permite hacerse una idea dela inmensidad extendida y quieta que se abre ante el navío y que luego queda resumida en la espumosa estela. Parece que hace cada vez más frío, y los inmensos bloques de hielo son el único modo de medir aproximadamente el tiempo entre una luz invariable y un rumbo que ninguno comprendemos del todo.

Es un barco confortable. Hay salas de baile, de esparcimiento, restaurantes, incluso miradores, y también multitud de camarotes, todos individuales, y según cuentan, muy distintos entre sí. Y todos los viajeros que he conocido en la travesía también lo son, lo somos. Algunos son habituales de los bailes y las fiestas. Otros gustan del cine, y sus películas, que ya conocen de memoria, vistas y vueltas a ver repetidas. Otros somos habituales del mirador, y tratamos de suponer nuestro rumbo. Encima de nosotros, desde el puente de mando, otros se interesan por lo mismo, investigando los instrumentos y las cartas de navegación, tratando de suponer los motivos y cálculos del capitán y su tripulación, a quienes nadie hemos visto nunca. Bueno, se cuentan historias sobre personas que fugazmente oyeron abrir la puerta del camarote del capitán, o incluso una luz detrás de la puerta entornada durante unos segundos, antes de volver a cerrarse. Hay quien da crédito a esas historias, e incluso organizan grupos para pasar unas horas frente a esa puerta, o la de algún suboficial, intentando captar alguna señal que permita sugerir algún plan del viaje: las teorías se suceden. Pero lo cierto es que todos hemos sentido, más veces o menos, con más fragor o ligereza, esas preguntas, en especial en zonas de travesía que bañaba la noche y las salas de recreo quedaban bajo una oscuridad mórbida.

Mi especulación es la siguiente: no existe el abismo tal y como se muestra en los mapas de navegación que visité cuando creía que el análisis en la sala de mando ofrecería respuestas. Ese abismo será simplemente la quietud y el silencio, ver a lo lejos, en todas direcciones unos cuantos icebergs a los que nunca llegaremos, como puntos señeros de una topología definitiva. El capitan...no puedo hacerme una idea, ni sé su aspecto, o si sigue vivo aun (tiemblo al formular esta posibilidad). Es posible que mientras el barco avance nadie sienta una desesperación tal como para tratar de buscarlo como única salida, pero ese momento, que no creo que vea, llegará. Y allí comenzará una nueva etapa en la vida de este barco, en el que nos mantenemos expectantes, algo atemorizados y sin embargo, tratando de construir nuestras vidas. ¿Puede ser que cada viajero sienta, e incluso vea parajes distintos? Mi mente se rebela ante semejante absurdo. pero lo cierto es que cuando era joven, el viaje se me aparecía entre aires cálidos, tormentas de belleza sobrecogedora y compañeros de viaje más amables y comunicativos. Y cuando entro en la zona de recreo, veo ese brillo que he perdido ya en las miradas más jóvenes, y recuerdo a ella. Pienso que es posible que ni siquiera me vean, y que llegará el momento en el que yo dejaré de verlos a ellos, a los compañeros con los que más he coincidido y me imagine que soy el único tripulante del navío, invisible e incapaz de ver. Puede que incluso entonces oiga, sienta o pueda ver el rostro del capitán, en quien hace tiempo deje de creer, en la deriva a través del mar infinito.

Pero todo esto es una suposición de una mente ociosa, que ya se cansó de suponer más. He estudiado las cartas marinas, las derrotas, los posibles rumbos. He visto la posición solar y de las constelaciones, he tratado de averiguar hacia donde, por qué, de que manera. Incluso he escuchado antiguas historias, leyendas, mapas en los que antes se creía, canciones y relatos de todo tipo (sí, hubo una época en la que pude haberme divertido más, aunque me divertí mucho escribiendo mis propias canciones y poemas, que nunca he revelado a nadie. A lo mejor debiera). Quizá todo haya sido en vano, y la verdad está en las salas o en los camarotes. Pienso, sin embargo, que aunque todos los demás objetivos de saber hayan fracasado, cuando llegue el momento del silencio o la parálisis, todo ello permita, asustado como estaré, no gritar mucho.

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