Una cuestión peliaguda...

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El sábado tengo -tenemos- boda en Cádiz. Sí, el día 28: el del apagón mundial...

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Como una es precavida, pensó que sería una buena idea -aunque no era suya- la de ensayar una semana antes el circuito nupcial. Una vez aplaudida con entusiasmo la propuesta (no es cuestión de dudar: la duda te deja en tierra...), me dispuse para el viaje con el mejor ánimo. Una pena que, además del ánimo, no contara con dos litros de laca "porque yo lo valgo", ya que el viento de levante gaditano convirtió mi pelo en una suerte de maraña indómita que me hacía parecer la melena andante de la familia Adams...

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Quise, una vez asegurados los tiempos de trayecto, aparcamiento (difícil) y ubicación de la iglesia (ignoto todo para esta servidora), dedicarme a caminar por la orilla de la extraordinaria playa de la Victoria... allí, una figura familiar tan emborrizada como la mía -aunque menos confusa por su pelo corto- me hizo un par de fotos: en la primera, todo el pelo hacia delante me convirtió en la primera mujer con la raya peinada al centro... por la nuca. En la segunda imagen, para evitar el mismo desastre, me di la vuelta y aparecí con una melena tan despejada y elevada del rostro, que cualquiera diría que me había encontrado con Sor Oliva...

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Por lo demás, todo bien: la arena estaba buena de sabor -al llegar a mi casa, aún la masticaba- la gente ya tomaba el sol en bikini de manera inconsciente -ignorando su futuro como croqueta-, y JJ hizo los mismos comentarios de rigor, tanto a la ida, como a la vuelta (léase: "¡mirad los caballos... mirad qué campos tan bonitos y tan verdes... observad la hierba con el viento... ahí está el Tío Pepe... anda, el toro de Osborne...!").

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Ahora ando preocupada por el peinado que llevaré el sábado ecológico. Creo que, lejos de contribuir a salvar la capa de ozono, la terminaré de fundir con los dos botes de Elnett que pienso utilizar... Por eso no diré ni pío a las invitadas que parten de Sevilla: no quiero aumentar el daño...
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